De pintxos y paisajes
Un día de deleites culinarios y vistas impresionantes en la joya gastronómica del País Vasco.
Hace unas semanas fui a Donostia (San Sebastián), a dar la vuelta, a disfrutar del mar, la naturaleza, el arte y, principalmente, a comer. Para los que no saben, Donostia es una ciudad en donde todo gira alrededor de la comida. Se dice que tiene el mayor número de bares y de estrellas Michelin per cápita. Durante estos días, gocé de las vistas más hermosas que he visto; Las formas rocosas de los Flysch me conmovieron como hace mucho tiempo no lo hacía ningún paisaje. Puedo decir que fue un viaje en el que ni mis ojos ni mi panza tuvieron llenadera.
Todos los días fueron buenos, mi favorito fue el día cuando comí, comí otra vez y volví a comer. Empezó nada más y nada menos que en El Antiguo, con un cafecito, un jugo de naranja mediano, una tostada de tomate con jamón; un croissant a la plancha con mantequilla y mermelada. Al terminar, Juan y yo tomamos el bus al Museo Chillida Leku, un museo que fusiona la naturaleza con el arte. El acero y el granito de las cuarenta esculturas de Eduardo Chillida se integran en el paisaje; podría decir que parece que están ahí tan naturalmente como la flora del lugar. Lo único que falló ese día fue que el caserío Zabalaga estaba cerrado. Éste data al siglo XVI y fue restaurado por el escultor, hoy en día sirve como un espacio de exhibición.





Para comer, fuimos a Igueldo, a una sidrería tradicional llamada Calonge, que lleva tres generaciones de producción de sidra. La sidra es una bebida que se obtiene a partir de la fermentación natural del mosto de las manzanas. Al llegar, nos dejaron entrar a ver los barriles de sidra y probar de dos barriles diferentes. La sidra se debe servir directamente del barril, inclinando el vaso y alejándolo. Se deben llenar dos dedos del vaso y beberla de un solo trago porque se supone que si la dejas reposar, pierde sus propiedades. Comimos el menú tradicional de sidrería: pintxos de chorizo, tortilla de bacalao, bacalao con tomate y pimientos, txuleta a la parrilla, de postre, queso con membrillo y nueces. Quiero mencionar que la chuleta y el chorizo de este lugar viene de la Carnicería Mikel y todo el producto que comí allí fue un diez de diez.





Para regresar a la ciudad, caminamos para “bajar la comida”. Fue una caminata con paisajes increíbles, solecito y fotos con la cámara de mi abuelo. Bajamos a la playa un ratito para contemplar todos los tonos de azul del mar y después... fuimos por pintxos. Los pintxos nacieron en San Sebastián a principios del siglo XX; son porciones pequeñas de comida que se pueden comer en dos o tres mordidas. Tradicionalmente, se servían en rebanadas de pan con la intención de comerse con la mano. Hoy en día también podemos encontrar platillos pequeños más elaborados considerados pintxos que se comen con cubiertos.
La primera parada de pintxos fue el Bar Sport, donde primero pedimos una copa de tinto y un txakoli; un vino originario del País Vasco elaborado con uvas blancas locales (Hondarrabi Zuri). Las uvas para la producción de este vino crecen en terrenos inclinados hacia el mar. Es un vino blanco con acidez alta, aromas cítricos y florales, para mí un toque mineral (como sal) al final. Acompañamos nuestras copas de vino con un pintxo de erizo, que no hay siempre, así que tuvimos suerte de estar ahí en temporada, después un matrimonio (el clásico es anchoa, boquerón y pimiento) y una crepa de txangurro que me gusto tanto, que al día siguiente no me aguante las ganas de ir por otra.





La segunda vuelta de pintxos fue a La Viña (una disculpa a la tía de Juanito, ya sé que nos dijiste que no fuéramos porque ya es de súper guiris (turistas). Este bar abrió a finales de los cincuenta, comimos pulpo y el famosísimo pastel de La Viña, que es un cheesecake quemado por fuera y cremoso por dentro. Cuando empezó a caer el txirimiri (conocido en México como lluvia moja pendejos), caminamos a casa con la lluvia donostiarra para comer galletas y dormir. Así fue el día que no dejé de comer. Ahora les dejo mi foto más guiri en la catedral de Donosti, con un libro de pintxos y la playera de la Real. ¡Aupa Real! (Fun Fact: además de ser escultor y grabador, Eduardo Chillida jugó fútbol en la Real Sociedad en los cuarenta).
Besos bai.
Voy a necesitar hacer ese tour en mayo. Can´t wait!!!
Se lee como un sueño de mucha comida y paisajes ✨🤭😎